Cuentos
POKER
Agazapadas como dos comadrejas, intercambian miraditas. Imposible saber cual es la mayor, más aun cuando alternan posiciones de autoridad según la fase de la transacción.
La más corpulenta de las dos, a cuyo lado reposa un bastón de pino, es la dueña original de la librería que fuera de su difunto esposo. Pese a la edad, extrañas lumbres aletean todavía detrás de sus ojos negros, aumentados a un tamaño descomunal por las gruesas lentes de los anteojos de nácar. Cuando habla o sonríe despliega unos pocos dientes amarillentos que danzan en una bocaza de labios finos y descoloridos. A primera vista podría resultar desagradable pero la costumbre permite amoldarse a lo fungible del aspecto humano.
La otra anciana es una bola con ruedas. A diferencia de la hermana tiene anteojos que se confunden con la extrema palidez de su piel, tal vez por la claridad del metal plateado de la montura. Su voz es dulcísima y la emite con seguridad de diva italiana.
LA VALIJA
Mi fiel valija estampada con un falso tartan escocés estaba definitivamente kaputt. Se abría por los cuatro costados y el trato a que fuera sometida por ignotos empleados del aeropuerto en mi último viaje había concluído la tarea de desintegración. No había alternativa: tenía que comprarme una nueva, lo cual equivale para mí a lo que la inocencia para los chinos: una catástrofe mayor.
Las valijas son una especie infinitamente numerosa y variada, lo que añade a la sensación de caos y angustia que implica su búsqueda. Es bien sabido que el antílope se defiende del tigre por andar siempre en tropillas numerosas de tal modo que el así llamado comedor-de-hombres (en base a una dieta poco recomendable) queda desconcertado, sin saber a cual antílope atacar. Tal el caso entra una nueva valija y yo.